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Estamos viviendo unos tiempos convulsos y de crisis varias. Empezando por la pandemia del Covid.19 aún sin controlar, pero a la que se le suman la gran crisis climática, las presiones migratorias, la inestabilidad económica con una globalización cuestionada, la polarización política en las democracias, el aumento de la precariedad y las desigualdades sociales, y otros factores más que provocan en general, estados de temor, de de radicalización, de inseguridad e incluso de miedo entre los ciudadanos.

Y este es precisamente el caldo de cultivo para el surgimiento de los profetas salvadores, que, ofreciendo seguridad, orden y soluciones milagrosas, cautivan la voluntad de la gente, y cual flautista de Hamelin, llevan a los pueblos a los precipicios.

Cuando toda América y Europa estaban sumidas en una profunda crisis y depresión cuyo detonante fue el crack de octubre de 1.929, y cuando en Alemania, con seis millones de trabajadores en paro algunos decían aquello de “¿Para qué queremos libertad, si no tenemos trabajo?”, se celebraron elecciones el 31 de julio de 1932, y el partido Nazi, con Hitler al frente del mismo, las ganó con el 37,27 % de los votos. Lo que vino después: sus métodos para llegar a Canciller en 1933, autoproclamarse Füher en 1934, hacer desaparecer la democracia, y la Segunda Guerra Mundial con setenta millones de muertos, es de sobra conocido.

También en Checoslovaquia, el 26 de mayo de 1946 se celebraron elecciones en un ámbito democrático, que ganó el Partido Comunista con el 43,% de los votos, con un país devastado precisamente por la Segunda Guerra Mundial que había terminado el años anterior. Posteriormente, el partido comunista, “democráticamente” suprimió la democracia. No hubo otra guerra posterior, pero estuve en ese país a principio de los años ochenta, y fui testigo de las dificultades y precariedad de su gente.

En Estados Unidos, y en otros países, se está viviendo una situación que tiene ciertas similitudes con otras crisis históricas, y precisamente tienen de presidente a un flautista de Hamelin que podría ser capaz de llevar al pueblo americano a un precipicio. Creo que afortunadamente para Estados Unidos y para el mundo, Donald Trump ha perdido las elecciones, pero seguirá de presidente hasta las doce horas del día veinte de enero del próximo año.

En las elecciones celebradas en noviembre de 2.008, el demócrata Barak Obama venció al republicano John McCain, mientas George Bush continuaría de presidente, (Pato cojo, le llaman ellos), hasta el 20 de enero del siguiente año. Y precisamente John McCain, en un gesto de elegancia y espíritu democrático, dijo tras finalizar el recuento de votos: “Le deseo suerte al hombre que fue mi oponente, y será mi presidente”.

En nada se parece, precisamente, a la reacción de Donald Trump ante similar escenario, proclamándose vencedor a sí mismo, pidiendo parar el recuento de votos, acusando de fraude, y lo peor, cuestionando incluso el sistema democrático de su país. Pero el relevo en la presidencia está previsto dentro de dos meses y doce días, y en ese tiempo, Donald Trump seguirá siendo presidente de los Estados Unidos y tendrá en sus manos el maletín nuclear.
Joe Biden, en cambio, con la prudencia y elegancia que es exigible a cualquier político, acaba de manifestar: “Estados Unidos: me siento honrado de que me hayan elegido para dirigir nuestro gran país. El trabajo frente a nosotros es arduo, pero les prometo esto: Seré un presidente para todos los estadounidenses, independientemente de que hayan votado por mí o no. Mantendré la fe en que ustedes han depositado en mí”.

Si comparamos este relevo con el sucedido en el año 2.008, en este periodo de tiempo en que George Bush era presidente en funciones, precisamente el 28 de diciembre de ese año Israel llevó a efecto lo que llamaron “Operación Plomo Fundido” que se prolongó hasta el 18 de enero de 2.009, mediante la cual arrasaron la Franja de Gaza para destruir las infraestructuras de apoyo de Hamas incluyendo hospitales y escuela cuyas víctimas mortales de la masacre fueron en su mayoría civiles y menores de edad. Recordemos que fue precisamente George Bush quién ordenó la invasión de Irak en busca de armas de destrucción masiva. Y al final no encontraron esas armas, sino petróleo, mucho petróleo, claro.

La verdad es que, con los antecedentes de Trump, con sus actitudes y su soberbia, es imprevisible lo que podría ocurrir. En el momento que escribo este comentario, han proclamado ya a Biden como presidente y ha recibido reconocimiento y felicitaciones de diversos mandatarios extranjeros, mientras Donald Trump está tranquilamente jugando al golf, desde donde hace una declaración acusando de fraude electoral y del inicio de recursos legales y demandas, porque los demócratas le están robando las elecciones.

Y si en el año 2.008, en el periodo en que George Bush estaba en funciones, Israel llevó a cabo la Operación Plomo Fundido que terminó dos días antes del relevo presidencial, fue porque quizá con Obama como presidente no se habrían atrevido. Ahora, con Trump en la Casa Blanca, y sabiendo de la inminencia de la terminación de su mandato, no sería descabellado pensar en que podría darle cobertura a Israel para que bombardeara las instalaciones nucleares de Irán, o utilizara a Taiwán para provocar un incidente con China, en un caso u otro de imprevisibles consecuencias internacionales.

En algunos momentos, existía el temor de que la democracia más antigua del mundo entrase en una espiral de acontecimientos que la llevasen al borde del abismo. El peligro no está del todo disipado. Confiemos en que nada de eso ocurra, que se produzca una transición pacífica y sin consecuencias no deseadas, y se inicie una nueva época en la que es tan necesaria una estrecha colaboración internacional para poder hacer frente a los difíciles retos a los que deben enfrentarse todos los países.

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